Aquella niña obtenía una soledad sin merecerla. Su
mayor amiga era la música y su único acompañante era un viejo violín. Reía
sola, la mayoría de las tardes en su infancia, cuestionándose una y otra vez
porque la vida le había cobrado algo de lo que ella no era culpable. Jugaba a
las cartas sola, construyendo inmensos castillos que se podían derrumbar con tan
sólo un soplido del viento. Fué creciendo sin recibir una sonrisa por parte de
nadie, más que del espejo en el que se reflejaba. Disfrutaba la vida en compañía
de su violín y de cada una de las melodías que ella interpretaba. Su vida era la
música, lo único que le daba verdadera felicidad, lo único que le hacía sentir que vivir la vida con una sonrisa valía la pena.
Aún recordaba todas las
amargas lágrimas negras que ella había derramado antes de encontrar su
verdadera pasión, antes de encontrarle un sentido a su existencia. Pensaba que
la soledad sería su acompañante de vida, la única que estaría para siempre y
nunca se iría, sin embargo había encontrado algo más grande que la soledad; 'La
música.'
Aquella que la acompañaba siempre, junto con sonrisas, alegrias y miles
de sueños. Su mayor anhelo en esta vida, era que la personas reconocieran su
talento, pero más que nada se dierán cuenta de que el violín era todo para
ella,
que le aplaudieran y vieran lo mucho que ella podía entregar. Esa tarde en especial, nuevamente se volvía a sentir triste y enojada con
la vida, pero una vez más, colocó a su mas grande amigo en su hombro y en el
hueco de su cuello, sintiendo esa tranquilidad inmediata. Tomó el arco con su
mano, y tocó una de esas tantas melodías que le lograban llenar el alma y el
corazón. La musica la embargó por completo, mientras sentia algo calido en su
pecho, cerró los ojos dejándose llevar por su mayor pasion, la expledorosa música y junto a esa melodía formo una sinfonía perfecta. Las lágrimas no se hicieron esperar y bajaron por sus rosadas mejillas. Esta vez no lloró porque
se sintió triste, sino porque jamás se había sentido asi de completa.